En un rincón del valle del Aconcagua, a 6,5 kilómetros al oriente de Catemu, en el sector de Santa Margarita, se alza el Cerro La Cruz, un sitio arqueológico que guarda secretos sobre las estrategias de dominio del Tawantisuyu, el vasto imperio incaico. Lejos de las antiguas teorías que lo describían como un centro administrativo o metalúrgico, investigaciones recientes nos revelan una historia diferente: el Cerro La Cruz fue escenario de festines, música y tradiciones que buscaron unir a las comunidades locales bajo la influencia del Inca.
Este importante hallazgo ha sido revelado gracias al esfuerzo conjunto de diversos arqueólogos, destacando el estudio de la arqueóloga Andrea Martínez Carrasco titulado “Reevaluación del sitio Cerro La Cruz dentro de las estrategias de dominio incaico en el curso medio del Aconcagua”. A este trabajo se suma la valiosa contribución del arqueólogo Daniel Pavlovic, quien, en colaboración con miembros de la comunidad local de Catemu, como el profesor Eduardo Arancibia, Rosa Pasten y la Junta de Vecinos de la Villa Raúl Silva Henríquez, ha enriquecido significativamente la comprensión del pasado incaico en la región. Cabe destacar que en el año 2005 se realizaron importantes descubrimientos de entierros incaicos en dicha villa, un evento que subraya la profunda conexión histórica y cultural de este territorio con el imperio Inca.
UN NUEVO ENFOQUE ARQUEOLÓGICO
Desde su descubrimiento en 1986, el Cerro La Cruz intrigó a los arqueólogos. Las primeras teorías, elaboradas en los años 90, lo describieron como un enclave administrativo y centro metalúrgico, basándose en hallazgos de objetos de metal y estructuras rudimentarias. Sin embargo, investigaciones recientes lideradas por los arqueólogos Andrés Troncoso y Félix Acuto han desafiado estas ideas, sugiriendo que el verdadero corazón del sitio reside en su función como lugar de celebración colectiva.
El análisis de la fragmentería cerámica y otros vestigios ha permitido identificar un propósito ceremonial en el Cerro La Cruz. Vasijas decoradas, utilizadas para servir alimentos y bebidas, destacan entre los hallazgos. Aríbalos, platos bajos y fragmentos de phaqchas —vasos rituales— sugieren la preparación de chicha y comidas en un contexto de celebración comunal.
EL ALMA DE LAS FESTIVIDADES
La fiesta, como estrategia política y ceremonial, tenía un rol central en la incorporación de las poblaciones locales al dominio incaico. En el Cerro La Cruz, las evidencias apuntan a encuentros donde el consumo de alimentos y bebidas reforzaba lazos sociales y la autoridad del Inca. Estas reuniones no solo alimentaban los cuerpos, sino también el espíritu colectivo, creando un sentido de pertenencia y reciprocidad.
El hallazgo de instrumentos musicales y objetos de alto valor, como aros de cobre y láminas de plata, refuerza la hipótesis de que estas ceremonias incluían música y simbolismo. La presencia de maíz y quinua, ingredientes clave para la chicha, junto con restos óseos de camélidos, evoca imágenes de mesas colmadas y danzas bajo las estrellas.
UN PAISAJE ESTRATÉGICO Y SIMBÓLICO
Ubicado a una altitud que ofrece vistas privilegiadas del valle, el Cerro La Cruz fue cuidadosamente elegido por su posición. Su accesibilidad y visibilidad lo convirtieron en un espacio ideal para reunir a las comunidades. Aunque sus construcciones son modestas, las plazas delimitadas sugieren un espacio pensado para grandes reuniones.
Las dataciones radiocarbónicas sitúan al Cerro La Cruz entre 1391 y 1454, en pleno Período Tardío. Este marco temporal coincide con la expansión del Tawantisuyu hacia Chile Central, cuando los incas extendieron sus redes de reciprocidad mediante regalos y banquetes ceremoniales.
El Cerro La Cruz nos recuerda que la dominación no siempre se logra con espadas o muros. En cambio, las fiestas y el compartir pueden ser herramientas poderosas para unir a las personas. Este sitio es testigo de cómo la hospitalidad comensal y la reciprocidad cimentaron relaciones entre los dirigentes incaicos y las comunidades locales.
En cada fragmento de cerámica, en cada lámina de plata abandonada, yace una historia de celebración, intercambio y estrategia. Mientras las investigaciones continúan, el Cerro La Cruz sigue iluminando un capítulo fascinante del encuentro entre culturas y la riqueza de nuestra herencia precolombina.
Agradecemos a los equipos de investigación que, con dedicación y pasión, desenterraron estas historias del pasado, permitiendo que su legado inspire a las generaciones futuras.
Por: Ktmu Nauta.